LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL.
Martin Gilbert.
La Esfera de los Libros. Madrid 2011.
Traducción: Alejandra Devoto.
845 pp.
ISBN 978-84-9970-042-7
Martin Gilbert es una referencia en estudios de historia del siglo XX.
Omito conscientemente el adjetivo “autoridad” porque en este mundo de logros culturales, hay muchas “autoridades” no sólo celosas de mantener su status sino también deque otros no lo logren.
Historiador oficial de Wiston Churchill, nos ofrece en esta obra una recopilación minuciosa de eventos desde el principio al final de la guerra.
Hay quien critica en la obra que la visión sea tan sólo británica, que trata fundamentalmente el teatro occidental (por cierto, que aún no he sabido por qué a los frentes se les llama “teatros”) y que deja al resto de los frentes en un segundo plano.
También que omite ciertos aspectos que no son beneficiosos para GB así como que canta las alabanzas del tan denostado Tratado de Versalles negando, de paso, que las abusivas clausulas del mismo fueran causa de nacimientos de los fascismos europeos y, por ende, del estallido de la Segunda Guerra Mundial.
Personalmente, aunque no dejo de apreciar la importancia del Tratado en el devenir histórico, pienso también, y así lo recoge Gilbert en la obra, que otro de los motivos de la siguiente Gran Guerra – y no el menor - fue la indiscriminada reorganización territorial de postguerra sin tener en cuenta raíces históricas y composición social de la población de las tierras sometidas a litigio. Asombra la cantidad de territorios perdidos y/o exigidos a partir de 1918 en concepto de compensaciones de guerra a las Potencias Centrales en una idealista e interesada reorganización de la Europa Central que deja las puertas abiertas para cualquier reivindicación nacionalista ulterior.
Pero centrándonos en el libro, la labor de recopilación del autor para la obra es encomiable, aunque no es la primera vez que lo hace, ya que aplicó el mismo método en su “La segunda Guerra Mundial”.
Si alguien busca en el libro detalladas descripciones de despliegues militares y minuciosas relaciones de ejércitos, cuerpos de ejército, divisiones y unidades varias, que lo olvide y que busque en otras fuentes. Este trabajo, aún siendo bastante detallado, sobrevuela los detalles tácticos y técnicos y recopila información de primera mano, de los propios protagonistas.
Este método acerca al lector a los personajes y a los acontecimientos, desde los menos a los más importantes, haciendo creíble y amena la obra. De este modo, sus 702 páginas no se hacen tediosas.
Es, y cuando tengo ocasión lo repito, una obra de la escuela del “testimonio”, metodología que, en nuestro país, se abrió paso de la mano de Ronald Fraser con su muy recordada “Recuérdalo tú y recuérdalo a otros” sobre nuestra guerra civil.
En suma, y aunque no deja de ser una opinión personal, un libro que merece la pena ser leído y tenido en consideración. Su visión de conjunto, pese a lo anotado más arriba, es encomiable. Y su amenidad es indudable.
Por último, es curioso que en las últimas obras de este género con las que me he topado, fundamentalmente de autores británicos, existe la tendencia a simultanear los acontecimientos con textos de poetas que intervinieron en los hechos. (Por ejemplo, La belleza y el dolor de la batalla – Peter Englung –, Cuentos de la Gran Guerra o La Gran Guerra y la memoria moderna, de Paul Fussell).
Y por simpatía, como ejemplo, homenaje y colofón, quiero acabar este comentario con uno de los más conocidos y simbólicos de la poesía sobre la guerra.
En los campos de Flandes
las amapolas.
Fila tras fila
entre las cruces que marcan nuestras tumbas.
Y en el cielo aún vuela y canta la valiente alondra,
su voz apagada por el fragor de los cañones.
Somos los muertos.
Hace pocos días vivíamos,
cantábamos auroras, el rojo del crepúsculo,
amábamos, éramos amados.
Ahora yacemos, en los campos de Flandes.
Contra el enemigo proseguid nuestra lucha.
Tomad la antorcha que os arrojan nuestras manos exangües.
Mantenedla bien en alto.
Si faltáis a la fe de nosotros los muertos,
jamás descansaremos,
aunque florezcan
en los campos de Flandes,
las amapolas.
(John M. McCrae)
Cementerio alemán de Le Linge.
(De la imagen, Michael St Maur Sheil).
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