06 diciembre 2011

LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL.

LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL.
Martin Gilbert.
La Esfera de los Libros. Madrid 2011.
Traducción: Alejandra Devoto.
845 pp.
ISBN 978-84-9970-042-7


Martin Gilbert es una referencia en estudios de historia del siglo XX.
Omito conscientemente el adjetivo “autoridad” porque en este mundo de logros culturales, hay muchas “autoridades” no sólo celosas de mantener su status sino también deque otros no lo logren.
Historiador oficial de Wiston Churchill, nos ofrece en esta obra una recopilación minuciosa de eventos desde el principio al final de la guerra.
Hay quien critica en la obra que la visión sea tan sólo británica, que trata fundamentalmente el teatro occidental (por cierto, que aún no he sabido por qué a los frentes se les llama “teatros”) y que deja al resto de los frentes en un segundo plano.
También que omite ciertos aspectos que no son beneficiosos para GB así como que canta las alabanzas del tan denostado Tratado de Versalles negando, de paso, que las abusivas clausulas del mismo fueran causa de nacimientos de los fascismos europeos y, por ende, del estallido de la Segunda Guerra Mundial.
Personalmente, aunque no dejo de apreciar la importancia del Tratado en el devenir histórico, pienso también, y así lo recoge Gilbert en la obra, que otro de los motivos de la siguiente Gran Guerra – y no el menor - fue la indiscriminada reorganización territorial de postguerra sin tener en cuenta raíces históricas y composición social de la población de las tierras sometidas a litigio. Asombra la cantidad de territorios perdidos y/o exigidos a partir de 1918 en concepto de compensaciones de guerra a las Potencias Centrales en una idealista e interesada reorganización de la Europa Central que deja las puertas abiertas para cualquier reivindicación nacionalista ulterior.
Pero centrándonos en el libro, la labor de recopilación del autor para la obra es encomiable, aunque no es la primera vez que lo hace, ya que aplicó el mismo método en su “La segunda Guerra Mundial”.
Si alguien busca en el libro detalladas descripciones de despliegues militares y minuciosas relaciones de ejércitos, cuerpos de ejército, divisiones y unidades varias, que lo olvide y que busque en otras fuentes. Este trabajo, aún siendo bastante detallado, sobrevuela los detalles tácticos y técnicos y recopila información de primera mano, de los propios protagonistas.
Este método acerca al lector a los personajes y a los acontecimientos, desde los menos a los más importantes, haciendo creíble y amena la obra. De este modo, sus 702 páginas no se hacen tediosas.
Es, y cuando tengo ocasión lo repito, una obra de la escuela del “testimonio”, metodología que, en nuestro país, se abrió paso de la mano de Ronald Fraser con su muy recordada “Recuérdalo tú y recuérdalo a otros” sobre nuestra guerra civil.
En suma, y aunque no deja de ser una opinión personal, un libro que merece la pena ser leído y tenido en consideración. Su visión de conjunto, pese a lo anotado más arriba, es encomiable. Y su amenidad es indudable.
Por último, es curioso que en las últimas obras de este género con las que me he topado, fundamentalmente de autores británicos, existe la tendencia a simultanear los acontecimientos con textos de poetas que intervinieron en los hechos. (Por ejemplo, La belleza y el dolor de la batalla – Peter Englung –, Cuentos de la Gran Guerra o La Gran Guerra y la memoria moderna, de Paul Fussell).
Y por simpatía, como ejemplo, homenaje y colofón, quiero acabar este comentario con uno de los más conocidos y simbólicos de la poesía sobre la guerra.

En los campos de Flandes

las amapolas.
Fila tras fila
entre las cruces que marcan nuestras tumbas.
Y en el cielo aún vuela y canta la valiente alondra,
su voz apagada por el fragor de los cañones.

Somos los muertos.
Hace pocos días vivíamos,
cantábamos auroras, el rojo del crepúsculo,
amábamos, éramos amados.
Ahora yacemos, en los campos de Flandes.

Contra el enemigo proseguid nuestra lucha.
Tomad la antorcha que os arrojan nuestras manos exangües.
Mantenedla bien en alto.
Si faltáis a la fe de nosotros los muertos,
jamás descansaremos,
aunque florezcan
en los campos de Flandes,
las amapolas.

(John M. McCrae)
Cementerio alemán de Le Linge.
(De la imagen, Michael St Maur Sheil).

04 diciembre 2011

T-34-85 en Rostock































Rostock, mayo de 1945.



Berlín ha caído y el Reich de los 1000 años da sus últimas bocanadas.
El avance soviético en abril ha llevado a los soviéticos hasta la capital del Reich, y en el norte, el II Frente Bielorruso del mariscal Rokossowski sufre la detención de sus fuerzas camino a la ciudad. Tan sólo el avance hacia el Báltico surte efecto, por lo que éste decide olvidarse de Berlín y esforzarse en esa zona. El estado de Meklenbur g– Pomerania Occidental cae así poco a poco en manos soviéticas.
Desde el 20 de abril, día de la ofensiva final, hasta primeros de mayo, dicho avance ha sido lento pero inexorable.
El 27 de abril, Rokossovski ocupa Stettin atravesando el Oder cerca de Schwedt y flanqueando el núcleo urbano desde la retaguardia, en un avance en dirección a la costa báltica. Por el oeste, no muy lejos, los británicos ocupan Lübeck.
Para el 1 de mayo las fuerzas de Rokossovski se encuentran a las puertas de Rostock, importante núcleo urbano con industrias pesadas como las fábricas de aviones Heinkel y Arado, la de submarinos Neptun Werft AG y, abriéndose hacia el Báltico, a poca distancia, el puerto deWarnemünden, el más grande e importante base de la Kriegsmarine en dicho mar.
El 2 de mayo, tras cierta resistencia, la ciudad cae en manos soviéticas.
El parte de guerra ruso registra:
“Las tropas del 2º Frente de Bielorrusia, en la ampliación de su ofensiva, han ocupado el 2 de mayo la ciudad de Rostock, Warnemünde (…) y otras ciudades”
En los combates por la ciudad, antes de que las armas acallen sus gritos, las fuerzas rusas y alemanas sufren inevitables pérdidas. Algunos blindados rusos son destruidos……


Vista lateral de un T-34-85 (1945)


Rostock, noviembre de 2011.

Los trabajadores de una empresa cavan una zanja en las proximidades de una presa del Warnow, en la construcción de un puente en Mühlendamm, cuando detectan un obstáculo sólido que les impide continuar.
Como tantos y tantos trabajadores desde hace décadas en Alemania, avisan a los servicios municipales. Son muchos los años que en cualquier labor, en cualquier excavación, aparecen restos más o menos peligrosos del vendaval de fuego que arrasó el país 66 años antes.
Tienen en cuenta que entre 1942 y 1944 la ciudad resultó en gran parte destruida por los bombardeas aliados y no es la primera vez que aparecen explosivos enterrados que duermen letalmente desde entonces a poca profundidad.
Con la ayuda de técnicos y la inevitable presencia de artificieros comienza a desenterrarse el hallazgo. Al poco, la torreta de un carro blindado soviético asoma a la luz. Su largo cañón, fácilmente identificable, (un ZiS-S-53 de 85 mm) aún permanece casi intacto. Son varias toneladas de acero las que yacen a poca profundidad desde aquel 2 de mayo de 1945.
Los técnicos limpian de restos la tierra de su interior.
Aparecen algunos restos humanos y seis granadas, aún activas, que son retiradas por los artificieros del Ejército para su posterior destrucción.
Se especula entonces con que el tanque, unos de los primeros T-34 que entra en la ciudad, es destruido en esa vía de acceso, llamado desde aquellos días “el camino de la libertad”, cae a la represa y posteriormente queda enterrado.
Ahora, en noviembre de 2011, vuelve a la luz para recordarnos la inutilidad de la guerra, ocupar un sitio en algún museo histórico y hacernos suponer la enorme cantidad de restos bélicos que aún puede haber bajo tierra en los devastados campos de Europa.










T-34-85 soviético ante la Brandenburgertor. Berlín. Mayo 1945.