01 febrero 2012

EN EL JARDÍN DE LAS BESTIAS


EN EL JARDÍN DE LAS BESTIAS
Erik Larson
Traducción de Ana Herrera Ferrer.
Editorial Ariel. B. Enero 2012.
489 pp.
ISBN. 978-84-344-70-43-9

Ariel realiza una agradable y confortable edición de la obra de Erik Larson sobre el embajador estadounidense William E. Dood durante los primeros años del nazismo en Alemania. Y desde el principio, su cubierta llama la atención en los estantes abarrotados de libros.
He leído muchas obras sobre ese periodo, de todas las tendencias y de todas las épocas, y he de decir que ésta está estructurada con gusto, amenidad y detalle.
En realidad, pese a mi pedante proclamación de erudición en el tema, he de reconocer que en España se ha difundido poco el campo del que trata Larson y menos desde esa óptica.
Podría destacar entre sus aspectos positivos, que:
- Nos revela las tramas diplomáticas estadounidenses y la cantidad de intereses creados en torno a una representación diplomática que, además de nueva, resultaba altamente dificultosa de desarrollar en una época tan turbulenta.
- El tratamiento de diversos personajes de la cúpula nazi que nos los relega al nivel de personas mediocres en muchos sentidos, pero con las ideas muy claras de lo que desean para su “querida” Alemania.
- La narración de las motivaciones, hechos y consecuencias de la eliminación de las SA como la más poderosa fuerza armada paramilitar del Reich.
- La descripción, casi en primera fila, de ciertos sucesos que definieron el rumbo de la Historia en años posteriores (el incendio del Reichtag, la política antisemita, el rearme…).
Como aspectos negativos, a mi entender:
- El título del libro, traducción literal del original, que, con un muy obvio juego de palabras, nos equipara la residencia del embajador, junto al Tiergarten, con el ambiente y la época en que se desarrolló su labor. ¿Por qué? Títulos de ese estilo ya nos anuncian qué es lo que vamos a leer, cuál va a ser su tratamiento y hacia qué lado se va a decantar la balanza del autor, algo en relativa contraposición con el oficio de historiador, si es eso lo que se pretende. Y no es ni bueno ni malo, sino ciertamente parcial (claro que, repito, desde mi óptica de ratón de biblioteca) y, por supuesto, políticamente correcto.
- La dedicación de parte del libro a las veleidades amorosas, idas y venidas (nunca mejor dicho) de la hija del embajador que, excepto para ella, pudieran tener bien poca importancia para el historiador. (¿Qué puede importar si el sofá en piel de la biblioteca guardaba los secretos amorosos de la chica y si era, o no, el lecho de amor predilecto de ésta?, por ejemplo).
- La llamada de atención al posible comprador con el cebo, harto conocido en fajas y portadas, de haber sido un best-seller en EEUU con más de un millón de ejemplares vendidos. Sobra. El que se acerque al libro no necesita ese reclamo puesto que el interés histórico obvia cualquier éxito de ventas en países como el de referencia, que no es que sea demasiado creíble en cuanto a la igualdad “ejemplares vendidos = calidad”.
- La errónea traducción en algunos aspectos. Un traductor tiene que conocer la época, sumergirse en ella, intentar ser objetivo con el texto escrito. Decantarse hacia cualquiera de los dos lados podría inducirle a errar en ciertos giros y construcciones que tergiversarían el sentido de la Historia. Por ejemplo, y cito uno de los más claros: “Admiraba en particular el programa nazi “fuerza a través de la alegría”, que proporcionaba trabajadores al gobierno sin gastos de vacaciones u otros entretenimientos”, pag. 384, cuando en realidad el gobierno, a través de “Fuerza por la alegría” lo que proporcionaba era “vacaciones sin gastos y otros entretenimientos a los trabajadores”.Hay pues que cuidar la traducción, tanto como la editorial ha cuidado la edición presentando un libro que merece la pena de leerse y meritorio de figurar, (con algunas páginas menos desde mi punto de vista desde luego), en una biblioteca que se precie. Al menos en la mía lo tiene.

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