Hace algún tiempo que no leía concienzudamente la Prensa.
Hoy me he levantado, he comprado el periódico y me he ido a leerlo a la playa mientras tomaba un café para desayunar.
Al pasar las hojas, me impacta la presencia de varias esquelas mortuorias. Al mirar la fecha observo que se remontan a 1936. Son en memoria de asesinadoso a manos de “gentes” de izquierdas. ¡Hacía años que no veía este tipo de esquelas!
Después, el miedo me recorre la columna.
La Guerra Civil sigue ahí, presente e inolvidable para muchos. Latente, sobrevuela invisible sobre nuestras cabezas con toda su historia, con toda su carga de muertos de uno y otro bando.
Y no puedo gritar “¡Basta ya!”, porque todos ellos llevan razón.
Pienso, y creo que un Gobierno es, en ciertos aspectos, como el padre de una casa. Sirve para poner paz, para razonar y ser razonable… pero éste, a cuenta del electoralista apoyo a la Memoria Histórica, está, por el contrario, sembrando el rencor donde debería haber perdón y olvido. No el Gran Olvido, porque al fin y al cabo, no somos más que producto de nuestra Historia. Ese olvido de no instrumentalizar los hechos para obtener un beneficio propio, el olvido que pide el maestro cuando dos niños se pelean, pone paz entre ellos, exige que se perdonen y, con una palmadita, los envía de nuevo a jugar diciendo: “Venga, a olvidarse”.
Ya hubo, a mi entender, una primera metedura de pata hace años, con el decreto de ciudadanía para los pertenecientes a las Brigadas Internacionales que vinieron a luchar por la libertad y la democracia del pueblo español. A él no tenían derecho, por supuesto, ni los combatientes de la Legión Cóndor, ni las Unidades de Flechas italianas, ni los portugueses… ¡Ellos, además de venir casi obligados, no lucharon por la democracia!
Viví más de la mitad de mi vida oyendo que unos eran los malos y otros los buenos. Hasta la saciedad. Ahora llevo unos años en los que me están bombardeando con que los malos eran los buenos y los buenos, los malos.
Y no hay ni unos ni otros. Malos y buenos los hubo en los dos bandos; sólo que unos perdieron una guerra y otros la ganaron. Y se olvidan de que las tortillas tienen dos caras, y que para que esté buena, el cocinero no puede permitir que un lado se tueste y el otro esté crudo.
Y me parece a mí que esta tortilla que se está haciendo sólo va a aprovechar a algunos, que la acompañarán con pequeñas copitas de un fino con denominación de origen y unas fotos para la Prensa.
Y mientras, en la tierra, seguiremos matándonos, ahora con balas de papel, para intentar demostrar que nuestros caídos eran los buenos y que los otros no lo eran.
Tengo en mi familia represaliados por el gobierno republicano durante los tres años en los que mi pueblo, de 1936 a 1939, permaneció en zona “roja”. También tengo alguno al que posteriormente represalió el Régimen triunfante. Y sé perfectamente que tan buenos como malos eran unos y otros, que era más cuestión de personas, de rencillas personales y de sádicos, que en todas las sociedades los hay, y a los que les viene estupendamente abrigarse bajo unos ideales institucionalizados.
Recuerdo una historia de la Guerra Civil (editorial Codex) que se editó en fascículos a finales de los 60. Traía en cada portada, en letras pequeñitas, la leyenda “No apta para irreconciliables”. Ahora me hace gracia, pues creo que esa frase debería ponerse en muchas de las actuaciones que, a nivel nacional o autonómico, aún se llevan a cabo en este país, y no sólo por sus ciudadanos, sino también por algunos de sus gobernantes.
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